"Ante las dudas, mátalo" . Che Guevara.
Era apenas un adolescente cuando llegué a la Universidad Nacional a estudiar no sé qué, y recuerdo que en ese entonces era sólo el caos de los recién llegados, con viejos guardianes del comunismo, aleccionadores que sólo buscaban el despelote, el odio ciego, visceral y sin causa sobre el gobierno de turno. Recuerdo también, que casi todo era gratis, incluso la carne de caballo que los destripadores, llámense estudiantes de primer año de medicina, dejaban tirados por doquier en la vieja sede de Medicina. Incluso un pene, bien molido podía terminar en tus tripas. Y allí conocí, y supe del culto al Che Guevara. De seguro que , más de la mitad de los que lo seguiamos, no teníamos la menor idea de lo creíamos. Fue esa imagen poderosa, salida del pop-art que recién se anunciaba, la que creó ese mito. Yo también caí al embrujo de aquella imagen, pero me alejaba la violencia. Creía en el arte y en el icono, pero no en la violencia que generaba, y esa imagen lo fue todo. El Che era un suicida, un kamikase, y así lo recuerda Fidel; "era el primero en estar al frente, aún cuando el asma apenas le permitía respirar". Era el inicio del mito.
Muchos años después supe quién fue el Che Guevara: un despiadado carnicero, un ser paranóico de un ideal confuso, que nunca conoció, porque ni el mismo Fidel, supo hasta mucho después de la revolución, que el Socialismo, o mejor el Comunismo, eran un forma de gobierno. Ninguno de los dos sabían nada de Carlos Marx, y mucho menos de lo que significaba el gobernar. En cuestiones políticas eran dos ignorantes. El Che era médico, y terminó siendo el "capo" de las finanzas de Cuba: Presiden te del Banco Nacional de Cuba, Fidel, sólo sabía que el Capitalismo no era la via.
Es de locos. ¿El Capital de Marx? Fidel lo leyó primero, y luego se lo recomendó al Che. Y el Che quedó fascinado, acostrumbrado a tibias y pernonés, el Che quedó fascinado por estas imágenes, y Fidel se reafirmó en su ego. El Che se convirtió en un Idealista que detestaba el poder pero amaba, visceralmente, la muerte. El Che fue el último humanista, porque sabía que en el fondo, allá muy adentro le esperaba la gloria y el respeto de las generaciones futuras. Fidel fue un fanático y paranóico narcisista, a quien la gloria le importaba un rábano, sólo el poder lo hacía feliz, el afan de poder.El Che, por otra parte, era un psicópata, Cuando mató por primera vez, no pudo parar. La muerte se convirtó en una obsesión. Lo que nunca imaginó fue su propia mierte. Se creía eterno, invencible, y pensó, como todos los idealiastas que era eterno.
De seguro la historia recordará al paranóico asesino, antes que al ególatra: la imagen del Che es casi un mito, un icono, solo comparable a la Mona Lisa de Leonardo. La imagen del Che permanecerá por siempre, lo quieras o no, como una de las imágenes más emblemáticas en la historia de la humanidad, parte del imaginario colectivo. Pero era sólo una imágen- El iconono colectivo merece y es siempre colectivo si conduce hacia la paz. La Violencia del Che era definitivamente exagerada y parnóica. Se recordará al Che, el icono.Esa emblemática fotografía qu sedujo al mundo- Como mito, perdurrá
por siempre. como ser humano fue una plasta de mierda, como ser político_el último carnicero.
Alvaro os deja su verisión:
"Es posible que el Che Guevara haya estado enamorado de su propia muerte,
pero mucho más enamorado estaba de la muerte de los demás. En abril de
1967 resumió su idea homicida de justicia en su "Mensaje a la
Tricontinental": "El odio como factor de lucha; el odio intransigente al
enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo
convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar".
Sus escritos anteriores también están condimentados con esta violencia
retórica e ideológica. Aunque su ex novia Chichita Ferreira dude de que
la versión original de sus diarios de viaje contengan la observación
"siento que mi nariz se dilata saboreando el olor acre de la pólvora y
la sangre del enemigo", Guevara compartió con [su compañero en aquella
aventura Alberto] Granado esta exclamación: "¿Revolución sin disparar ni
un tiro? Estás loco".
En otros momentos los jóvenes bohemios parecían incapaces de distinguir
entre la frivolidad de la muerte como espectáculo y la tragedia de las
víctimas de una revolución. En una carta a su madre, de 1954, escrita en
Guatemala, donde fue testigo del derrocamiento del gobierno
revolucionario de Jacobo Arbenz, escribió: "Aquí estuvo muy divertido
con tiros, bombardeos, discursos y otros matices que cortaron la
monotonía en que vivía".
La disposición anímica de Guevara cuando viajó con Fidel Castro desde
México hacia Cuba a bordo del Granma queda plasmada en una carta a su
esposa escrita en 1957 y publicada en el libro Ernesto: Una memoria del
Che Guevara en Sierra Maestra: "Estoy en la manigua cubana, vivo y
sediento de sangre".
Esa mentalidad había sido reforzada por su convicción de que Arbenz
había perdido por no haber ejecutado a sus potenciales enemigos. En una
carta dirigida a su ex novia Tita Infante había observado: "Si se
hubieran producido esos fusilamientos, el gobierno hubiera conservado la
posibilidad de devolver los golpes".
No sorprende que durante la lucha armada contra Batista, y luego de la
entrada a La Habana, Guevara matara o supervisara la ejecución, con
juicio sumario, de decenas de enemigos del pueblo comprobados,
sospechosos y de todos aquellos que se encontraban en el lugar
equivocado en el momento equivocado.
En enero de 1957, como lo indica su diario de Sierra Maestra, Guevara
mató a Eutimio Guerra porque sospechaba que estaba pasando información:
"Acabé con el problema dándole un tiro con una pistola del calibre 32 en
la sien derecha? Sus pertenencias pasaron a mi poder". Más tarde mató a
Aristidio, un campesino que expresó el deseo de abandonar la causa
cuando los rebeldes siguieron avanzando. Aunque se preguntó si esta
víctima "era de verdad suficientemente culpable como para merecer la
muerte", no tuvo reparos para ordenar la muerte de Echavarría, hermano
de uno de sus camaradas, a causa de crímenes no especificados: "Tenía
que pagar el precio". En otros momentos simuló ejecuciones sin llevarlas
a cabo, como método de tortura psicológica.
"Ante la duda, mátalo"
Luis Guardia y Pedro Corzo, dos investigadores de Florida que trabajan
en un documental sobre Guevara, han conseguido el testimonio de Jaime
Costa Vázquez, un ex comandante del ejército revolucionario conocido
como "El Catalán", que sostiene que muchas de las ejecuciones atribuidas
a Ramiro Valdés, quien más tarde se convertiría en ministro del
Interior de Cuba, fueron responsabilidad directa de Guevara, porque
Valdés estaba bajo sus órdenes en las montañas. "Ante la duda, mátalo"
eran las instrucciones del Che.
Según Costa, en vísperas de la victoria, el Che ordenó la ejecución de
dos decenas de personas en Santa Clara, en el centro de Cuba, adonde
había llegado su columna como parte del ataque final sobre la isla.
Algunos fueron fusilados en un hotel, tal como ha escrito Marcelo
Fernández Sayas, otro ex revolucionario que se hizo periodista, y quien
agregó que entre los ejecutados había campesinos que se habían unido al
ejército sólo para escapar al desempleo.
Pero "la fría máquina de matar" no manifestó todo el alcance de su rigor
hasta que, inmediatamente después de la caída del régimen de Batista,
Castro lo puso a cargo de la cárcel de La Cabaña. Era una fortaleza de
piedra usada para defender a La Habana de los piratas ingleses en el
siglo XVIII; más tarde se convirtió en una barraca militar. De una
manera que recuerda de forma escalofriante a Lavrenti Beria, Guevara fue
responsable, durante la primera mitad de 1959, de uno de los períodos
más oscuros de la revolución.
José Vilasuso, abogado y profesor de la Universidad Interamericana de
Bayamón, en Puerto Rico, quien perteneció al cuerpo que estaba a cargo
de los procesos judiciales sumarios en La Cabaña, me contó: "El Che
dirigió la Comisión Depuradora. El proceso se regía por la ley de la
sierra: tribunal militar de hecho y no jurídico, y el Che nos
recomendaba actuar con convicción. Es decir, con la convicción de que
todos eran asesinos y de que la forma revolucionaria de proceder era ser
implacables. Miguel Duque Estrada era mi jefe inmediato. Mi función era
legalizar profesionalmente la causa y pasarla al ministerio fiscal, sin
juicio propio alguno. Se fusilaba de lunes a viernes. Las ejecuciones
se llevaban a cabo de madrugada, poco después de que la sentencia fuera
dictada y confirmada en forma automática por el cuerpo de apelación. La
noche más siniestra que recuerdo se ejecutaron siete hombres".
Sin excepciones
Javier Arzuaga, el capellán vasco que daba consuelo a los sentenciados a
muerte y que presenció docenas de ejecuciones, habló conmigo desde su
hogar en Puerto Rico. Ex sacerdote católico, ahora de 75 años, recordó
que en la cárcel de La Cabaña "había 800 hombres hacinados en un espacio
pensado para no más de 300: militares batistianos o miembros de algunos
de los cuerpos de la policía, periodistas, empresarios o comerciantes".
"El juez no tenía por qué ser hombre de leyes; sí, en cambio, pertenecer
al ejército rebelde, al igual que los compañeros que ocupaban con él la
mesa del tribunal. Casi todas las vistas de apelación estuvieron
presididas por el Che Guevara. No recuerdo ningún caso cuya sentencia
fuera revocada en esas vistas. Todos los días yo visitaba la «galera de
la muerte», donde permanecían los prisioneros desde que eran
sentenciados a muerte. Corrió la voz de que yo hipnotizaba a los
condenados antes de salir para el paredón y que por eso se daban tan
fáciles las cosas, sin escenas desagradables, y el Che Guevara ordenó
que nadie fuera conducido al paredón sin que yo estuviera presente.
Asistí a 55 fusilamientos hasta el mes de mayo, cuando me fui. Eso no
quiere decir que no se siguiera fusilando. Herman Marks era un
americano, se decía que era prófugo de la Justicia. Lo llamábamos «el
carnicero» porque gozaba gritando «pelotón, atención, preparen, apunten,
fuego».
"Conversé varias veces con el Che para interceder por determinadas
personas. Recuerdo bien el caso de Ariel Lima, que era menor de edad,
pero fue inflexible. Lo mismo puedo decir de Fidel Castro, a quien acudí
también en dos ocasiones. Yo estaba muy traumatizado y a fines de mayo
me sentía tan mal que me ordenaron abandonar la parroquia de Casa
Blanca, dentro de cuyos límites se encontraba La Cabaña y donde yo había
celebrado misa en los últimos tres años. Me fui a México para un
tratamiento. Cuando nos despedimos, el Che Guevara me dijo: «Hemos
fracasado los dos. Cuando nos quitemos las caretas, seremos enemigos
frente a frente»."
¿Cuántas personas fueron asesinadas en La Cabaña? Pedro Corzo calcula
que alrededor de 200 personas, cifra similar a la que da Armando Lago,
un profesor de economía retirado que compiló una lista de 179 nombres
como parte de un estudio de ocho años de duración sobre las ejecuciones
en Cuba. Vilasuso me dijo que fueron ejecutadas 400 personas entre enero
y fines de junio de 1959 (momento en el que el Che dejó de estar a
cargo de La Cabaña). Los cables secretos enviados por la embajada
estadounidense en La Habana al Departamento de Estado en Washington
hablaban de "más de 500".
Según Jorge Castañeda, uno de los biógrafos de Guevara, un vasco
católico simpatizante de la revolución, el fallecido padre Iñaki de
Aspiazu, habló de 700 víctimas. Félix Rodríguez, un agente de la CIA que
fue miembro del equipo que estuvo a cargo de la búsqueda y persecución
de Guevara en Bolivia, me dijo que, tras la captura, interrogó a Guevara
acerca de las "más o menos 2000 ejecuciones" de las que había sido
responsable durante su vida. "Dijo que eran todos agentes de la CIA y no
cuestionó la cifra", recuerda Rodríguez.
El número más alto posiblemente incluye las ejecuciones que se llevaron a
cabo durante los meses posteriores al momento en el que el Che dejó de
estar a cargo de la prisión. Y eso nos lleva de vuelta a Carlos Santana y
su muy chic remera del Che. En una carta publicada en El Nuevo Herald
el 31 de marzo de este año, el gran músico de jazz Paquito D´ Rivera
criticó a Santana por su atuendo en la entrega de los Oscar, y añadió:
"Uno de esos cubanos fue mi primo Bebo, preso allí por ser cristiano. El
escuchaba desde su celda los fusilamientos de muchos que morían
gritando «¡Viva Cristo Rey!»"
Alvaro Vargas Llosa.
"